miércoles, 11 de agosto de 2010

El oidor, el canto y los desgraciados encantadores (Capitulos 42-44)

Apenas el cautivo termino de contar su relato llegaron a la venta un señor acompañado de su hija. Dijo llamarse Juan Perez de Viedma y que iba para América con cargo de oidor. En el momento en el que el oidor pronuncio estas palabras el cautivo lo reconoció, era su hermano. El cura los presento a ambos y el oidor le dio la buena noticia a su hermano de que su padre aun vivía. El cautivo estaba muy emocionada. Dijo que se iba a preparar para ir hasta Sevilla a visitar a su padre y a bautizar a Zoraida.
Por la noche decidí hacer guardia montado sobre Rocinante. Al poco tiempo un mozo se acerco y empezó a cantar como si estuviese enamorado. Pude escuchar al interno del castillo que la hija del oidor, llamada Clara, hablaba sobre el mozo. Le estaba contando a la princesa Micomicona que aquel mozo de mulas en realidad era un distinguido vecino llamado Luis, que se había enamorado de ella y que la venia siguiendo sin que nadie se diera cuenta, excepto ella. Al terminar el canto de aquel mozo escuche que alguien me llamaba. Era la hija del señor del castillo que me llamaba atravez de una ventana con rejas de oro. Me estaba declarando su amor. Le dije que haría todo lo que ella quisiese excepto corresponderle el amor. Entonces me dijo que por lo menos le diera la mano para que así pudiese desahogar todo el deseo que sentía hacia mi. Acepte diciéndole que esa mano había sido utilizada para ganar grandes batallas. Apenas le di la mano sentí algo extraño como si me la estuvieran atando. Después de un rato trate de soltarme, trate y trate pero no pude por lo que decidí quedarme así hasta que amaneciera. Cuando ya casi amanecía llegaron varios hombres a caballo. Rocinante al ver a los caballos se movió inesperadamente por lo que me resbale. Al resbalarme quede colgado de mi brazo, sin pegar los pies a la tierra. Empecé a gritar y a gritar para que alguien me ayudara. Mis gritos despertaron a Maritornes la cual me vino a soltar el brazo. Estaba furioso, lo único que quería hacer era matar a esos desgraciados encantadores que me ataron el brazo. Los hombres que habían llegado al castillo eran criados del padre de Luis los cuales venían a traerlo para que este regresara a sus tierras. Luis dijo que no se iría ni muerto. De todo esto se entero el oidor. El oidor se dispuso a hablar amigablemente con su distinguido vecino. Mientras el oidor y Luis hablaban llego a la venta el barbero al cual le había quitado la bacía.

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